Tomo un
libro de mi minúscula biblioteca personal, que en realidad son varios libros apilados
en tres torres de menor tamaño, que compré en una aislada librería de viejo
cerca del Museo del Chopo por ciento veinte pesos, de José Revueltas y sus
textos, no ensayos, porque no lo son, del Movimiento del 68 en México, en donde
habla del origen del levantamiento estudiantil inspirado por un movimiento similar,
de intelectuales, clase obrera y estudiantes, en Francia, hasta su
encarcelamiento en Lecumberri.
Reflexiono
sobre el yo de hace un par de años con una carga ideológica no tan radical, ni
mucho menos potente, pero con inclinaciones muy claras hacia la izquierda. Hoy,
al observar el mundo social, político y cultural veo que para integrarse a él,
es mejor tener ideas neutrales, las cuales he intentado llevar a cabo. No
quiero decir que he abandonado mis ideas, pero creo que muchas veces no es tan
prudente discutir sobre ellas y defenderlas.
Mi flama
idealista, sin dejar de pensar en lo que sería ideal, está casi extinguida tal
vez porque la gente común me ha absorbido en esa espiral en donde ellos piensan
que se habita mejor, sin decir nada, sin debatir, sin discutir, sin expresar,
sin reflexionar. La única manera que me ha quedado para explorar las palabras
ideológicas es la escritura.
Foto: revistaresumen.mx
Algún
día compré ese libro por ciento veinte pesos pensando en compartir ideas a
través de la palabra escrita con alguien después de la muerte. Hoy al leer el
primer texto del libro, “Prohibido prohibir la Revolución”, José Revueltas me
recuerda que quien no quiera ser recordado, quien no quiera trascender la
muerte en vida que se quede callado y con ideas uniformes, planas y superfluas.
Por el contrario, el idealista, que discuta y nunca abandone lo que piensa,
porque aunque el otro luche contra él, la realidad está en aquel que se
compromete con sus ideas transforma la arena en mar y que los demás se vayan al
diablo.
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