Leo a Gilles Lipovetsky en La era del vacío y no sé si desanimarme y aventar el libro o
continuar aguantando las patadas en el rostro que me anda dando con su análisis
de la posmodernidad. Será una lucha dura, un enfrentamiento libre entre el
espíritu de Lipovetsky que acechará varias semanas mi vida mientras me acompaña
a donde lo lleve y yo.
Mi nuevo amigo Lipovetsky en 1983, aún sin Facebook ni
What´s App, decía que la autoridad del cuerpo docente prácticamente había
desaparecido, el discurso del Maestro había sido banalizado y la enseñanza se
había convertido en una máquina neutralizada por la apatía escolar, mezcla de
atención dispersada y de escepticismo lleno de desenvoltura ante el saber.
Agregó que el colegio es un lugar a donde los jóvenes vegetan sin grandes
motivaciones ni intereses.
En la dizque institución universitaria en la que mi
hígado se ha arrugado más los últimos cuatro años, los profesores tienen que
esforzarse de gran manera para tener la atención del desinteresado alumnado que
a la mínima oportunidad, en el silencio, suelta una broma en voz alta con tono
petulante, en busca de reconocimiento inmediato: como en el Facebook; a costa
de cualquier babosada se buscan likes.
En la mínima oportunidad, el simiesco pseudoalumnado se
escapa de clases o busca la manera de acortar el horario de las mismas. El
sardinezco alumnado asiste a las aulas para ser un mero tecnócrata que sea
funcional en el sistema, sin ganas de conocimiento, sino con el interés de ser
servible en la perversa sociedad para poder sobrevivir. ¡A la chingada el conocimiento, lo que
queremos es dinero!
Cada quien en busca de una identidad única que sea
reconocida y admirada por otros. Hacemos lo que creemos que nadie hace cuando
hay cientos de miles que están haciendo lo mismo que nosotros creemos que es
único. Todos queremos reconocimiento, pero todos somos la copia de lo que ya se
hace. Nadie escapa de una identidad clonada por millones de personas a la vez. Todos
somos lo mismo. Todos naufragamos aunque creamos que no lo hacemos. Todos
carecemos de ideología propia y de compromiso social. Todos en favor de
sobresalir por nuestra individualidad. Todos somos Posmo.
Que nos ayuden los padres, los maestros, los viejos a
encontrarle un sentido al sinsentido de la posmodernidad, del desinterés, de la
frivolidad, de la banalización, de la nada. ¿De verdad es genial ser joven en
el año 2015 con tanto contenido superfluo eyaculado en la tecnología? o ¿habrán
sido mejores aquellos no tan viejos años en donde no había Facebook ni What´s
App y tal vez el ansia de crecer, en muchos, no sólo en algunos como ahora, se
basaba en el conocimiento?
*Publicado originalmente en La otra realidad en 2015.