Una
persona no puede vigilar a todos y cada uno de los funcionarios que rondan por
todo el país. Al actuar como individuos deseosos de pretensiones económicas
debido a un mal sueldo o a causa de ignorantes ambiciones de riqueza y
presunción material, deciden aliarse con quien les pueda pagar más dinero. Se
alían con el hampa local, los que manejen un territorio, la plaza, en cualquier
lugar del país. Hampa que se ha construido durante muchos años y que ha
acumulado poder. Hampa que maneja localidades con sus reglas y que tiene a
servidores públicos a su disposición.
Es
difícil mantener vigilado a toda una plantilla de trabajadores del Estado. No
todo es culpa de Enrique Peña Nieto. La violencia en México viene arrastrada
desde sexenios atrás. Sin embrago, el trabajo del Ejecutivo es identificar qué
funcionarios tienen tratos con el crimen, en qué zonas de la República hay
burócratas corruptos, detenerlos y castigarlos.
No todo
es culpa de Peña. No es que quiera ser el segundo Ciro Gómez Leyva. Pero
nuestros políticos de más alto rango son los que dan la cara por la verdadera
mafia, por los empresarios, por los delincuentes, por los narcos, todos ellos
silentes y espectadores de cómo se aplican sus decisiones en el país.
El
problema es que esas asociaciones entre delincuentes y los de cuello blanco se
reproducen en todos los niveles de gobierno: municipal, estatal y federal, y
todos se relacionan con todos de manera directa o indirecta a través de tratos
y arreglos. Todos involucrados en movimientos ilícitos. Todos salpicados y con un papel en el tejido
de esa red de corrupción, tal vez necesaria para el engranaje correcto de la
nación.
En todos
los escalones burocráticos hay alianzas que favorecen la economía de todos los
involucrados. Tratos y arreglos que nosotros, las personas comunes, no nos
vamos a enterar ni hoy ni nunca. Pero que si hacemos un esfuerzo por
imaginarlos, tal vez no nos alejemos tanto de la realidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario