Siempre me he sentido incómodo en aquellos lugares
mafiosos y tramposos llamados bancos. La gente que lo orienta y lo recibe a uno
siempre es amable, pero me preocupa que les paguen por ser amables y usar
corbata. ¿A qué punto la humanidad ha llegado a estar de mal humor que se nos
tiene que pagar para ser amables?
Odio sentarme a esperar mi turno para entrar en un
cubículo, odio esperar el trámite de mi tarjeta, odio esperar a que un perro
hable, odio esperar a un ejecutivo. ¿Qué ser distraído desea ser un “ejecutivo”?
Aquellos chimpancés soberbios y descerebrados con saco y corbata que miran
despectivamente a la gente. Seres despreciables. No son nada, sólo ejecutan;
ejecutan órdenes de alguien más y no tienen derecho a la subversión o al
idealismo porque si lo hacen, los carga la chingada. Ejecutivo: sustantivo nimio
que no le hace falta a la humanidad.
La idea de ser un número de cuenta en el sistema bancario
me intranquiliza. Un número más rodeado de más números que tranzan y avanzan
para enriquecerse con tasas de interés. Apendejados “ejecutivillos” que creen
que tienen el control cuando sólo reciben unas cuantas monedas lanzadas al
suelo que altaneramente recogen con sus manitas blancas y sus mangas limpias mientras
los banqueros se ríen por tenerlos como monos amaestrados para que ellos se
enriquezcan cada vez más.
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